BLANCO Y NEGRO
Una calle cualquiera de una ciudad sin nombre.
Llueve. Rebota rítmicamente sobre las piedras, con un sonido casi
hipnótico.
Ruido. Hay mucho ruido, muchas personas en esta estrecha calle, con
prisa, empujándose los unos a los otros, sin mirarse a la cara, con las
miradas clavadas en el suelo. En los adoquines veo mi reflejo en un charco.
Apenas me reconozco. ¿Desde cuándo mi mirada se ha vuelto tan vacía?
Mis ojos parecían más inexpresivos que nunca. Alguien pisa el charco, y la
imagen desaparece. ¿Ese soy realmente yo? No, es imposible. No había vida
en esos ojos. Realmente era la mirada de una persona sin sentimientos. Yo
aún tengo corazón. ¿Verdad?
Estar rodeado de tanta gente no me quitaba el sentimiento de soledad.
Me apoyo contra una pared, puesto que me encuentro realmente agotado.
Cansado porque en mis espaldas tengo el peso de ser de las pocas
personas que sacrifican su felicidad para poder entender la realidad. Ese
tipo de gente que ven la vida en blanco y negro, que no son especialmente
buenos buscando el color y la alegría, pero que por suerte o por desgracia
destacan en ver el dolor, la tristeza y la indiferencia.
Suspiro y miro hacia el cielo. Aunque la lluvia está amainando, algunas
gotas de agua todavía resbalan por mi rostro. Saco de mi bolsillo un
paquete de tabaco, y me enciendo un cigarrillo. Me despejo, y la niebla que
había en mi cabeza desaparece, y ahora puedo pensar con más claridad.
Entonces veo un destello de luz azul.
En medio de aquel mar de rostros grises, unos ojos azules, que desprenden
vida. Un cabello dorado, una figura que se mueve melódicamente. Un
contraste absoluto, un rayo de luz. Mi corazón late. Late por primera vez en
todo el día. Joder, casi hasta me duele.
Espera, la conozco. Sí, sé quién es. Es la persona a la que amo. Ella también
me ama. Creo que estuvimos juntos. Creo que estamos juntos. Cuando me
dispongo a decir su nombre para llamarla, mi voz se apaga.
No recuerdo su nombre.
Realmente no recuerdo ni el mío.
Me mira. No, no me está mirando. Sus ojos están apuntando hacia donde
yo me encuentro, pero es como si yo no existiese.
Estoy aquí joder, ¿no me ves?
Se va, y la pierdo de vista entre la multitud. La sigo, durante unos largos
minutos por calles estrechas sin apenas espacio para respirar. Acabo en
una parada de autobús. Monto rápidamente pensando que ella subió,
aunque el bus está completamente vacío.
Me siento en el asiento totalmente abatido, decepcionado por no haber
podido hablar con ella. Pasan las horas mientras anochece, y yo estoy
totalmente abstraído en mis pensamientos, mirando por la ventana del
autobús. Cada vez siento menos fuerzas.
Es casi como si poco a poco me esté desvaneciendo. Cada vez me siento
menos vivo.
Bajo del transporte, y me siento en un banco. Todo oscuro, todo a solas, la
última parada. Noto algo, me giro, y la veo sentada a mi lado.
No oigo ni un solo ruido. Casi ni mi respiración.
Entonces lo comprendí.
Suelto la carcajada más sincera que había expresado en tiempo.
Como no me había dado cuenta antes.
No estoy vivo. Solo soy un fantasma de lo que fui.
Ella me besa, y por fin entiendo quién es realmente.
Ella es la muerte.
Dicen que la muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una
vida de ventaja. Ella sabe que nos acabará venciendo.